Crónica de Hōzuki Shōgetsu 🌊🌫️

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    Bitácora: Hōzuki Shōgetsu, un Filo en la Niebla


    Nombre: Shōgetsu
    Apellidos o clan: Hōzuki
    Edad: 11
    Sexo: Masculino
    Región de nacimiento: Kirigakure no Sato
    Región actual: Kirigakure no Sato
    Rango Ninja: E
    Título Ninja:
    Afinidad Elemental:

    Virtudes y Defectos: Solitario, Talento en Bukijutsu, Constitución atlética, Gran Chakra, Orgullo, Frío

    Apariencia y descripción física: Pelo blanco y desaliñado, ojos púrpuras, dientes puntiagudos, habitualmente portando el emblema Hōzuki en la espalda.

    Descripción psicológica: Frío y metódico, Shōgetsu se caracteriza por su preferencia por la soledad y el análisis, gozando a su vez de un estricto sentido del deber.


    Índice de contenidos:

    Capítulo I: Primeros años


    Capítulo II: Pertenencia


    Capítulo III: Predicción


    Capítulo IV: Herramienta


    Interludio: Antes de la tormenta


    Capítulo V: Primavera


    Capítulo VI: Lema


    Capítulo VII: Inquietud


    Capítulo VIII: El abismo despierta


    Capítulo IX: Tormenta interna


    Capítulo X: Paz


    Capítulo XI: Resistencia












    Capítulo I: Primeros años

    Shōgetsu nació en el seno del clan Hōzuki, en lo que a día de hoy es Kirigakure no Sato. Desde sus primeros días, su clan lo trató con cierta distancia, pero él siempre respondió con una lealtad inquebrantable. En su corazón ardía una admiración ferviente por el Mizukage, el líder de su amada aldea, y soñaba con seguir sus pasos algún día.

    A los nueve años, Shōgetsu se vio envuelto en una experiencia que lo marcaría para siempre. En medio de una disputa con niños del clan Hoshigaki, aquellos que deberían haber sido sus aliados, la traición le alcanzó. Su compañero de clan, en lugar de ayudarlo, lo entregó a los rivales sin remordimientos. Las manos enemigas se alzaron contra él, golpe tras golpe, y aquella violencia despiadada lo llevó al borde de la muerte. Ese día, su confianza en los demás se desvaneció, dejando lugar a un frío desapego hacia aquellos que debían ser su propia sangre. Las heridas curaron, pero la traición que sufrió jamás terminó de sanar.

    El dolor y la traición se fundieron en el corazón de Shōgetsu, moldeando su personalidad sombría y calculadora. La soledad y la taciturnidad que lo acompañaban desde su nacimiento se hicieron aún más marcadas, envolviéndolo en un halo de misterio. Sin embargo, la violencia sufrida y los encuentros desagradables con miembros de otros clanes de su aldea no hicieron más que alimentar su determinación de convertirse en un shinobi poderoso, dotado de un sentido retorcido pero arraigado de deber y moralidad.

    En la Academia de la Aldea de la Niebla, Shōgetsu se esforzaba incansablemente en su entrenamiento. Cada técnica, cada lección, era una oportunidad para pulir sus habilidades y prepararse para un futuro incierto pero lleno de posibilidades. Su fidelidad hacia su clan y su aldea se entrelazaban con su deseo de superar las adversidades y convertirse en una fuerza indomable.

    Mientras tanto, su admiración por el Mizukage continuaba creciendo. Veía en él no solo a un líder, sino a un faro de esperanza y justicia en un mundo sumido en sombras. Shōgetsu anhelaba el día en que podría ponerse al servicio de su aldea de la misma manera, enfrentando los desafíos con astucia y decisión, y protegiendo a aquellos que consideraba su familia.

    El destino de Shōgetsu aún estaba por escribirse, pero su niñez marcada por el trauma y la búsqueda de poder y justicia le habían forjado una determinación inquebrantable. Mientras caminaba por los senderos de la Academia, su paso era silencioso pero firme, como el fluir del agua que soñaba con dominar. Y en su mirada, se vislumbraba un brillo frío y calculador, listo para enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino hacia el deber y la grandeza.








    Edited by Ego - 20/11/2023, 23:15
     
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    Capítulo II: Pertenencia (第II章:会員資格)



    En un tranquilo amanecer en la Aldea de la Niebla, Shōgetsu se despertó con determinación en sus ojos. Como todos los días, se preparó rápidamente para enfrentar las exigencias de la Academia. Aunque aún no dominaba los jutsus más poderosos, sabía que cada día de estudio y práctica lo acercaba a su objetivo: convertirse en un genin respetado. En la sala de entrenamiento, Shōgetsu se dedicó a perfeccionar las técnicas más simples. Con movimientos precisos y controlados, dejó que el chakra fluyera a través de sus manos, moldeándola a su voluntad. Cada paso, cada gesto, eran una muestra de su crecimiento y una prueba de su disciplina. Mientras practicaba, la mente de Shōgetsu divagaba. Reflexionaba sobre la importancia de la Aldea de la Niebla en su vida y en la de sus compañeros de clan y de otros clanes. Recordó cómo, antes de la fundación de la Aldea, los shinobi de los clanes Hoshigaki, Kaguya y Hōzuki, entre otros, carecían de una protección efectiva contra los enemigos internos y externos. La anarquía reinaba y la supervivencia era incierta.
    Sin embargo, con la llegada del Mizukage y la creación de la Aldea, el orden se había impuesto. Shōgetsu había sido testigo de cómo la autoridad del Mizukage y la organización de la Aldea habían transformado la vida de todos los shinobi. La existencia de un liderazgo fuerte y una estructura bien establecida había brindado seguridad y protección a la comunidad.
    Este pensamiento llenó a Shōgetsu de gratitud y determinación. Valoraba la Aldea de la Niebla como un tesoro invaluable y estaba dispuesto a protegerla a toda costa. Estaba dispuesto a pagar cualquier precio necesario para mantenerla a salvo de amenazas internas y externas.

    Después de horas de entrenamiento, Shōgetsu se retiró a su hogar. Mientras caminaba por las calles de la Aldea, observaba a su alrededor con unos agudos ojos púrpura, atento a cualquier indicio de peligro. Para él, cada rincón de la Aldea era sagrado y merecía ser protegido. Al llegar a casa, se tomó un momento para descansar y reflexionar sobre el día. Si bien todavía tenía mucho camino por recorrer para alcanzar su meta de convertirse en genin, sabía que estaba en el camino correcto. Cada día de estudio y entrenamiento, cada pensamiento dedicado a la protección de la Aldea, lo acercaba un paso más a su objetivo final. Con un corazón lleno de determinación, Shōgetsu se prometió a sí mismo que seguiría esforzándose para convertirse en un shinobi valioso para su aldea y su clan. Su dedicación y lealtad hacia la Aldea de la Niebla no conocían límites, y haría todo lo que estuviera a su alcance para asegurar su supervivencia y prosperidad.

    Mientras caía la noche y Shōgetsu se preparaba para descansar, una chispa de determinación ardió en sus ojos. Estaba listo para enfrentar un nuevo día y seguir su camino hacia la grandeza. Su historia estaba apenas comenzando, y estaba dispuesto a escribirla con valentía y sacrificio en honor a la Aldea que tanto amaba.







     
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    Capítulo III: Predicción (予測)



    Después de regresar de una agotadora misión, Shōgetsu se encontraba sumido en la fatiga, pero su corazón se llenaba de satisfacción. Como Genin, había dado pasos importantes en su camino y dominado nuevos jutsus que habían demostrado su valía. Mientras descansaba en la tranquilidad de su modesta habitación, su mente se sumergía en profunda reflexión sobre su papel como shinobi en Kirigakure. La reunión reciente entre el Mizukage y el Kazekage había dejado una impresión duradera en la mente de Shōgetsu. Aunque la actitud aparentemente despectiva del Mizukage hacia los aldeanos despertaba dudas y cuestionamientos en los corazones de muchos, Shōgetsu se negaba a caer en la tentación del juicio precipitado. Para él, era inconcebible que el líder supremo de su aldea no tuviera en mente los intereses superiores de Kirigakure. "Quizás hay algo más que no alcanzo a comprender", pensó Shōgetsu con humildad. Reconocía la complejidad de los deberes y sacrificios que recaían sobre los hombros del Mizukage, cuya misión era salvaguardar la aldea de amenazas tanto internas como externas. No podía permitirse juzgar a la ligera sin conocer los entresijos y las razones que moldeaban las decisiones del líder.
    En medio de la introspección, Shōgetsu contempló su futuro como shinobi. Quería encontrar la forma más adecuada de servir al Mizukage y proteger a su amada aldea. Sus habilidades innatas, heredadas del linaje del clan Hōzuki, y su afinidad con el manejo del agua despertaron una certeza en su mente. "Convertirme en un ANBU... Ese es mi camino", susurró Shōgetsu con determinación. Consciente de que alcanzar dicho rango requeriría un esfuerzo incansable y una dedicación inquebrantable, estaba dispuesto a someterse a un entrenamiento riguroso y a superar todos los desafíos que surgieran en su camino. El bukijutsu, el arte de las armas, siempre había fascinado a Shōgetsu. Con su talento natural y su dominio del elemento agua, poseía el potencial para convertirse en un guerrero formidable. Como miembro de los ANBU, podría poner sus habilidades en combate al servicio de Kirigakure, ejecutando misiones de alta peligrosidad en aras de salvaguardar la paz de la aldea.
    Con su decisión tomada, Shōgetsu sintió una renovada determinación fluir por sus venas. Sabía que el camino hacia los ANBU sería empinado y lleno de desafíos, pero no temía enfrentarse a ninguno de ellos. Se levantó de su lecho y se enfundó en su atuendo de entrenamiento, dispuesto a emprender una nueva etapa en su camino hacia la grandeza.
    En su mente resonaban las palabras sabias de su abuelo: "Un verdadero shinobi se forja en los momentos más oscuros y su alma se sumerge en las profundidades más sombrías sin perder su propósito". Aquellas palabras se convertían en su faro, guiándolo en cada paso hacia su destino.
    Así, Shōgetsu, con su espíritu imperturbable y su dedicación inquebrantable, se preparaba para desafiar los límites de sus habilidades y alcanzar las alturas que solo los verdaderos protectores de Kirigakure podían alcanzar. Su determinación ardía con la intensidad de un relámpago en la noche, destinado a iluminar el camino hacia un futuro mejor para su aldea. Nadie se interpondría en su misión.







     
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    Capítulo IV: Herramienta (道具)



    En el ocaso del día, cuando las sombras comenzaban a envolver el paisaje, Shōgetsu se encontraba inmerso en una introspección profunda. El recuerdo del reciente torneo, donde había sufrido una derrota aplastante, resonaba en su mente como un eco doloroso. Las heridas, tanto físicas como emocionales, seguían latentes en su ser, alimentando un fuego ardiente en su corazón.

    "La derrota... una experiencia amarga que ha dejado una huella indeleble en mi espíritu", susurró Shōgetsu con voz cargada de amargura. "Fui humillado, despojado de mi honor y mi debilidad, expuesta ante todos. Pero este dolor... este trauma, se convertirá en el motor que me impulse a alcanzar nuevas alturas."

    El sufrimiento infligido en el torneo había desatado una tormenta interna en Shōgetsu, una tormenta que erosionaba su ser y dejaba espacio para sembrar semillas de resentimiento y desprecio. En lo más profundo de su corazón, anidaba un anhelo por recuperar las viejas tradiciones de la Niebla Sangrienta, Chigiri no Sato. Un pasado oscuro y violento, pero donde la lealtad y el poder absoluto reinaban.

    "La nostalgia por la Niebla Sangrienta me consume, susurra en mis sueños más oscuros", reflexionó Shōgetsu mientras sus ojos se llenaban de una mirada despiadada. "Aquellas tradiciones antiguas, donde el poder y la crueldad eran venerados, podrían ser la clave para restaurar el esplendor de Kirigakure."

    La sombra del pasado resonaba en su interior, recordándole los tiempos en los que el poder del clan Hōzuki y sus habilidades, como el Suika no Jutsu, eran temidas y respetadas. Shōgetsu veía en esas técnicas una oportunidad para elevar a su clan y a su aldea a un estatus supremo, convirtiéndose en un instrumento implacable al servicio del Mizukage y de Kirigakure.

    "El Suika no Jutsu... un poder que puede convertirse en mi escudo y arma, una extensión de mi voluntad inquebrantable", susurró Shōgetsu, mientras su expresión se endurecía. "Mi determinación es incuestionable, y haré lo que sea necesario para forjar mi camino hacia la grandeza, sin importar las consecuencias."

    En ese instante, Shōgetsu selló su pacto con la oscuridad que se alzaba en su interior. Su corazón, herido pero fortalecido, abrazó la idea de recuperar las viejas tradiciones de la Niebla Sangrienta, de resurgir como un shinobi despiadado y temido. La humillación sufrida en el torneo se convertiría en su motor para superarse, para reescribir su destino y llevar a Kirigakure a una nueva era de poder.

    Así, con sus ojos brillando con una resolución inquebrantable, Shōgetsu se perdió en la noche, dispuesto a abrazar la oscuridad en busca de su redención y de la grandeza que anhelaba para su clan y su aldea.







     
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    Interludio: Antes de la tormenta (間奏曲:嵐の前に)



    En una fría tarde que auguraba ser como cualquier otra en Kirigakure, Shōgetsu fue abordado por un extraño. La Gokage Kaidan parecía estar removiendo las (no tan) tranquilas aguas del mundo Shinobi, y algunos actores parecían haber empezado a ponerse en marcha. Tan solo al día siguiente de haber contemplado un enfrentamiento entre el Tsuchikage y el Raikage, se encontró con un extraño en la aldea, que se dirigió a él y a otros Shinobi presentes en el lugar.
    En aquel momento, Shōgetsu se vio confrontado con una realidad en la que había creído toda su vida: la lealtad al Mizukage. Empezaba a ponerse en marcha un plan, y Shōgetsu debería elegir bando. Acuciado por un conflicto de intereses que jamás había vivido, debía elegir, y debía elegir correctamente. Los pensamientos y los dilemas se enmarañaban en su cabeza, cuando uno de los pilares de lo que él creía que era la verdad empezaba a chocar con su propia experiencia. Lealtad al clan, lealtad a la aldea, lealtad al Mizukage.
    De momento, optó por jugar a dos barajas: mientras fuese posible, mantendría su lealtad a las dos facciones que se le ofrecían a la vez. Llegado el momento, y con el máximo número de pruebas disponible para tomar una elección adecuada, haría su jugada. Sin embargo, y pese a decirse a sí mismo que la situación estaba bajo control, una inquietud había comenzado a despertar dentro de él.







     
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    Capítulo V: Primavera (春)



    Unos pasos familiares volvieron a sonar en la cotidianamente silenciosa Kirigakure. Entre los jirones de niebla, el joven Shōgetsu volvía a entrar en su aldea natal, sin celebraciones o noticias de ningún tipo. Su pelo, algo más largo que antes, mecido por la brisa marina, y su ropa, tan púrpura como de costumbre, notablemente desgastada y maltratada por los elementos, llena de rasgaduras deshilachadas y polvo del camino. Se dirigió con naturalidad hacia el Santuario Hōzuki, al que acudía con frecuencia y, estrictamente, siempre que volvía de una misión exitosa.

    Había pasado dos meses fuera de Kirigakure, viajando por el País del Agua. No había sido ninguna misión oficial, sino una suerte de peregrinación. Shōgetsu había entendido que, si quería proteger la Niebla, debería proteger el País del Agua, y no se puede proteger aquello que no se entiende. Lo había recorrido de punta a punta, conociendo en su peregrinación los lugares más fascinantes y los shinobi más interesantes de la nación. Frente a sus ojos se habían desplegado los orígenes de todas las pequeñas costumbres que estaba acostumbrado a ver, en su versión militarizada y adaptada a la vida propia de una aldea ninja, en Kirigakure. También había entrenado, claro. Durante su trayecto, había tenido la oportunidad de no oxidarse, enfrentándose en combates (no siempre amistosos) a todo tipo de enemigos.

    Había sido también un viaje para la reflexión. Las horas solitarias en el camino, entre la bruma de las montañas, o a bordo de las pequeñas barcas que surcaban las orillas del País del Agua, le habían permitido llegar a algunas conclusiones sobre sí mismo y sobre su propósito: protegería a la Aldea por encima de todo, y para ello, lo primero era limpiarla de indeseables en su interior. Sin embargo, y como ya había concluido, para ello debía volverse más fuerte y continuar escalando en la jerarquía shinobi, y, por supuesto, encontrar a más que pensasen como él.

    Resultaba, sin embargo, que este no había sido un viaje más. El mundo estaba mal, pero tenía arreglo. El auténtico Shōgetsu Hōzuki, uno hambriento de poder para dar orden y justicia, acababa de nacer entre el mar de niebla.







     
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    Capítulo VI: Lema (標語)



    El crepúsculo se filtraba a través de las sencillas cortinas de la modesta habitación de Shōgetsu, arrojando sombras danzantes por toda la estancia. El joven shinobi se encontraba de pie frente a un espejo desgastado, sosteniendo un kunai con firmeza en una mano y un montón de cabello en la otra. Sus ojos púrpuras, fríos como el hielo, se reflejaban en el cristal, pero en ellos había algo diferente, una chispa de determinación que poco antes no había estado allí.

    Sin titubear, Shōgetsu llevó el filo de la hoja metálica a su melena plateada, cortando trozos de cabello en bruscos movimientos. El cabello caía al suelo en cascadas, un recordatorio de lo que alguna vez fue su orgullo y su vanidad. Pero ahora, eso había cambiado. Cada hebra que caía representaba un vínculo roto, una conexión con su viejo yo que ya no necesitaba.

    "Es hora de dejar atrás lo que fui", murmuró Shōgetsu para sí mismo mientras la última mecha de cabello se desprendía y se deslizaba hacia el suelo. Se miró en el espejo una vez más, observando su nuevo aspecto, la melena larga y clara reemplazada por un corte áspero y tosco, aunque más práctico y sobrio.

    Después de dos meses de peregrinación por el País del Agua, Shōgetsu había cambiado profundamente. Había recorrido ríos y montañas, visitado templos antiguos y conversado con ermitaños sabios. En su búsqueda de respuestas y propósito, había encontrado algo más valioso que el conocimiento: se había encontrado a sí mismo.

    Había regresado a su hogar con la certeza de que debía dejar atrás su antigua vida, su viejo yo. Había comprendido que la verdadera fuerza no residía en la apariencia o la vanidad, sino en el interior, en la mente y el espíritu. El corte de cabello simbolizaba su renacimiento, su decisión de ser más que un reflejo en el espejo.

    Shōgetsu se volvió hacia el pequeño escritorio en la esquina de su habitación y tomó un pergamino y un pincel. Sus manos se movieron con precisión mientras trazaba los caracteres en el papel con tinta negra. Las palabras que escribió fueron simples: "視線に深淵を映す" - "Reflejar el abismo en la mirada". Una frase que le había revelado su larga peregrinación.


    Contempló la tinta durante un rato, asegurándose de que se secase adecuadamente. Con cuidado, enrolló el pergamino y lo ató con una cinta roja antes de guardar el mensaje en un lugar seguro. Sabía que estas palabras serían su guía de ahora en adelante, la brújula que lo conduciría en su camino como shinobi.



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    Capítulo VII: Inquietud (懸念)



    La noche descendía sobre Kirigakure, y con ella llegaban las sombras que Shōgetsu conocía tan bien. Sus pasos resonaban en el silencio de la noche, una noche que para él marcaba el fin de una misión y el comienzo de un breve respiro. Aunque sus movimientos eran sigilosos, el peso de su carga era imposible de ocultar. Los cuerpos de sus enemigos, vistiendo ropas que delataban su origen como miembros de un grupo enemigo, se balanceaban sobre sus hombros.

    El joven Hōzuki llegó a su modesta morada en la aldea. Con un suspiro de alivio, dejó los cuerpos sobre una superficie resistente y se quitó la máscara que había llevado durante toda la misión. Esa máscara, un símbolo de su compromiso con la aldea y su deseo de protegerla a toda costa, ahora descansaba en la pared de su habitación. Había completado su misión con éxito, como era su deber, pero las cicatrices emocionales y físicas del combate eran difíciles de ignorar.

    "Una vez más, he cumplido con mi deber", pensó Shōgetsu mientras contemplaba la máscara. Una sensación de satisfacción lo invadió. Durante mucho tiempo, había entrenado incansablemente para llegar a este punto, donde podía contribuir a la seguridad y la prosperidad de Kirigakure. Pero, a pesar de su determinación y éxito, un pensamiento persistente rondaba su mente. "¿Es posible que haya shinobi honorables en otras aldeas?", se preguntó en voz alta, aunque solo para sí mismo. Recordó el enfrentamiento reciente con un shinobi de Konoha, un particular joven de pelo naranja que, pese a haber sido derrotado en combate, lo había tratado con respeto, con... humanidad, incluso. Había sido un encuentro breve, pero había dejado una impresión duradera. Shōgetsu no podía evitar cuestionarse si en otros lugares del mundo ninja, incluso en una aldea como la repugnante Konoha, podría encontrar individuos con valores similares a los suyos.

    Mientras reflexionaba sobre esta pregunta, sus pensamientos se desviaron hacia un cartel que había visto en la aldea. En él, una imagen le resultaba familiar: la de Heiwa, un shinobi de Sunagakure y lo más parecido que tenía a un amigo en aquella extraña aldea. La solicitud de Heiwa era clara: buscaba información sobre su casi extinto clan, el Uzumaki, y la destrucción de su amada aldea natal, Uzushiogakure. Shōgetsu consideraba a Heiwa un buen ninja, alguien que merecía sus respetos. Además, si cumplía con su palabra, el enigma detrás de los Uzumaki podría proporcionar información valiosa para Kirigakure. La idea de una recompensa personal nunca cruzó su mente. Todo lo que obtuviera debía estar enfocado en la defensa y el beneficio de Kirigakure.

    Tomando una decisión, Shōgetsu comenzó a planear cómo podría ayudar a Heiwa en su búsqueda de conocimiento. Preparó su katana con meticulosidad, limpiando cada milímetro de la hoja con cuidado, como hacía metódicamente después de cada misión. Luego, ordenó su habitación para asegurarse de poder descansar en paz antes de emprender su próxima tarea.

    En el silencio de su hogar, Shōgetsu se sumió en sus pensamientos una vez más. Aunque las sombras rodeaban su vida como un velo oscuro, una luz de posibilidad brillaba en el horizonte. Tal vez, en la oscuridad de la noche, podría encontrar respuestas y aliados inesperados en su búsqueda de proteger y servir a Kirigakure.







     
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    Capítulo I: Capítulo VIII: El abismo despierta (深淵の覚醒)



    La noche envolvió la costa en una manta oscura mientras Shōgetsu dormía bajo un cielo estrellado. Desde que había vuelto de su peregrinación por el País del Agua, sus sueños habían sido, por lo general, extraños, un laberinto de sombras y murmullos marinos. En la profundidad de su mente, el Abismo aguardaba pacientemente.

    Aquella noche, Shōgetsu se encontró en pie en una costa desolada, las olas rompiendo con ferocidad a sus pies. El cielo estaba lleno de nubes negras y relámpagos que iluminaban el horizonte. Pero lo que le robó la respiración fue la figura colosal que emergía de las profundidades del mar: el Abismo en su forma más aterradora. No hubiera sabido explicar cómo, pero sabía que se trataba de él.

    Era una tormenta en sí misma, un huracán de vientos retorcidos y electricidad bailando en el aire. Sus ojos eran dos espejos oscuros, reflejando una infinitud de secretos y horrores insondables. Las olas se levantaban como espinas de agua negra, deslizándose hacia la playa como sombras hambrientas.

    "Joven Hōzuki, has llegado", dijo el Abismo con una voz que retumbó en el alma de Shōgetsu. "En el abismo, encontrarás la verdad que buscas".

    El sueño fue un río de confusión y enigma, una conversación entre un mortal y un poder incomprensible. Las palabras del Abismo eran crípticas y llenas de promesas sombrías, como un oscuro pacto entre un dios y su devoto. Shōgetsu trató de comprender, pero las palabras eran como sombras que se deslizaban entre sus dedos.

    Al despertar, su corazón latía con fuerza, pero las palabras del Abismo (las pocas que pudo recordar, al menos) permanecieron grabadas en su mente. Durante su peregrinación por el País del Agua, había llegado a un templo remoto en la costa, buscando el célebre Santuario Hōzuki, donde había nacido su clan. Fue durmiendo allí, en medio de la soledad, donde el Abismo había dejado su huella en forma de una frase misteriosa: "Reflejar el abismo en la mirada". Había sido el inicio de su obsesión, pero ahora entendía que esa obsesión era solo el principio.

    Una segunda noche cayó sobre Shōgetsu, y el Abismo lo arrastró nuevamente a sus abrazos oníricos. Esta vez, en el sueño, se encontraba en un abismo oceánico sin fin, rodeado por criaturas marinas retorcidas y desconocidas. El Abismo se manifestó una vez más, pero esta vez su presencia era aún más opresiva.

    "Las profundidades son el hogar de la verdad, joven Hōzuki", susurró la entidad. "Pero esa verdad es un peso que pocos pueden soportar. ¿Puede una ballena soportar la verdad?"

    El sueño dejó a Shōgetsu inquieto, con la sensación de que algo había cambiado en su interior. Las palabras del Abismo se convirtieron en un eco constante en su mente, como un mantra ominoso que no podía ser ignorado. Durante el día, caminaba como un hombre muerto o desquiciado, su mirada fija en un horizonte invisible, buscando respuestas en un abismo aún más profundo: su propia conciencia.

    Al caer la noche, el tercer sueño llegó como una marea oscura. El Abismo tomó una forma diferente, una espiral interminable que parecía devorar la realidad a su alrededor. Shōgetsu escuchó una música en su sueño, una sinfonía de caos y desesperación. Era la música del Abismo, una melodía que le transmitía conocimiento y locura en igual medida.

    Al despertar, Shōgetsu sintió una urgencia creciente en su interior. Tomó una flauta travesera hecha de hueso de ballena, que había encontrado misteriosamente en su peregrinación, y comenzó a tocar la música que el Abismo le había susurrado en sus sueños. Las notas llenas de desesperación llenaron el aire, y Shōgetsu siguió tocando durante horas, atrapado en una obsesión que no podía comprender, hasta el amanecer. Por un lado, tocar aquella música lo aliviaba; era, tal vez, como una válvula de escape para dejar escapar lo espantoso de sus sueños. Por otro lado, era frustrante, dado que le era imposible replicar la perfección de la melodía que había escuchado en su sueño.

    Al día siguiente, cuando el sol se ocultó y la noche lo envolvió una vez más, Shōgetsu anhelaba más sueños, más visiones del Abismo. No entendía por completo las implicaciones de su obsesión, pero sabía que había comenzado un viaje oscuro.







     
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    Capítulo IX: Tormenta interior (内部の嵐)



    El camino de un shinobi a veces está lleno de obstáculos y desafíos, y Shōgetsu lo había aprendido de la manera más dura. Tras aquellos intensos días en la Aldea de la Hoja, haciendo los exámenes de Chūnin, llegó a la Niebla, donde lo recibió una noche fría y apropiadamente nebiliosa, nada más. Sus ojos púrpuras se mantenían tan fríos como siempre, al menos en apariencia, mientras caminaba a través de las solitarias calles del lugar.

    En su paseo, aún cargando con sus cosas, y con su túnica todavía cubierta de polvo del trayecto, se dio de bruces con uno de los muchos campos de entrenamiento de la aldea. A aquellas horas era natural que estuviese vacío, y sintió el irrefrenable impulso de entrar, pasando por la valla metálica que lo rodeaba. Permaneció varios segundos en el completo silencio, escuchando su propia respiración, que lentamente se iba acelerando. Al cabo de un minuto, un grito de frustración rompió aquel silencio inmaculado, mientras Shōgetsu golpeaba el árbol que se situaba en el centro del descampado. Un golpe, dos golpes, tres golpes, cuatro, cinco. Sus puños, en lugar de despellejarse al golpear la corteza, comenzaron a licuarse, dejando únicamente pequeñas manchas de agua. Aquel joven de apenas 11 años, tan habituado a controlar su ira y su frustración, comenzó a propinar golpes y patadas al árbol, que permanecía ahí, inmutable. "¡Joder, joder, joder, joder!", gruñó, iracundo, entre golpe y golpe. Solo la luz de la luna, y la de las farolas en la distancia, lo acompañaban en la desoladora escena. Durante lo que a él le parecieron horas, Shōgetsu golpeó al árbol como si él fuese el culpable de su fracaso. Por un momento, sintió la tentación de arrancarse su propia bandana, tirarla al suelo y pisotearla, pero el pensamiento ni siquiera llegó a convertirse en una idea; se fue de su cabeza tan rápido como había llegado.

    Con el pasar de los minutos, el ritmo de sus golpes no hacía sino crecer, y una tercera luz se sumó a las presentes: el cuerpo de Shōgetsu comenzó a recubrirse de un manto de chispas eléctricas, que salían despedidas de su cuerpo a medida que el chakra Raiton fluía a través de él. Un golpe, otro golpe, otro golpe. Ni siquiera parecía ser consciente de estar despidiendo toda aquella electricidad, que no hacía sino crecer, acumulándose en torno a él y cubriéndolo en un manto de un azul brillante.

    Finalmente, una pequeña explosión sacudió el campo. Como un pequeño relámpago, Shōgetsu explotó en una masa de chakra Raiton, despidiendo un mar de chispas que fueron a morir al suelo a su alrededor. De pronto, miró a su alrededor, consciente de lo que había pasado. En torno a él, un pequeño cráter había ennegrecido el suelo de asfalto, y el árbol, antes inmutable, ahora se había prendido en llamas como una antorcha en plena noche. El chakra Raiton se disolvió rápidamente, dejándolo a solas frente el fuego. Sobre sus mejillas, un par de lágrimas parecían tintinear a la luz del incendio, sus ojos púrpuras abiertos como platos.

    Aún jadeante, recobró la compostura, mirando a su alrededor. El crepitar del fuego se vio interrumpido por algo que lo sobresaltó. "La Tormenta sigue dentro de ti", dijo la familiar voz. "Has fracaso por tus propios méritos". Shōgetsu se apretó la cabeza, cerrando los ojos, como no queriendo escuchar la voz del Abismo. "¿Qué harás la próxima vez?", preguntó la inquietante voz en su interior. Shōgetsu permaneció varios segundos en silencio, apretando los dientes y mirando al suelo. Sentía que todo colapsaba. "Derramar más sangre, Padre", murmuró al cabo de unos segundos, "más sangre para el Abismo".







     
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    Capítulo X: Paz (平和)



    Habían pasado semanas desde que Shōgetsu había sido salvado por Houmu en esa noche fatídica, en que aún tenía reciente el fracaso en los exámenes de Chūnin. Como un relámpago, aquel joven de pelo azul había aparecido en el Puerto del País del Agua, salvando a Shōgetsu de una muerte segura (pese a que Mengetsu anduviese por allí...) y, en cierto modo, tomándolo como un discípulo. El Houzuki aún tenía grabado en sus retinas el monstruoso chakra del que había hecho gala el exiliado en su llegada, cuando decapitó a Sugaku, y aquella espada de hierro.
    Shōgetsu aún pensaba en ello con frecuencia, incluso se sorprendió a sí mismo pensando en aquella espada mientras dejaba caer sobre su cama su bolsa de herramientas ninja al volver de una misión. Suspirando, se desanudó la bandana y secó el sudor de su frente, haciendo un breve recuento de los ryous que había obtenido aquel día. No estaba mal.
    Su primera tentación tras llegar a casa, en cualquier otro momento, hubiera sido ir a darse un baño relajante. Un baño le hubiera venido bien, y se decía que habían abierto unas nuevas aguas termales en el País del Fuego...
    Pero no, Shōgetsu no podía permitirse perder el tiempo de aquella manera. "Sí, Padre", musitó para sí, respondiendo a la voz del Abismo. Parecía haberse acostumbrado a que la entidad le hablase con frecuencia. Reajustándose la correa que sujetaba su katana a su espalda, abrió el pequeño arcón junto a su futón, del cual extrajo una katana de madera, de aspecto rudimentario y ya algo desgastado, llena de muescas aquí y allá, algo astillada, pero que parecía mantenerse de una pieza. Colocándosela al cinto con cierta solemnidad, como si se tratase de un arma de gran valor o una pretigiosa obra de artesanía, caminó por los pasillos de su residencia, y al cabo de unos minutos llegó hasta el enorme salón de prácticas. El lugar estaba dedicado a que los Hōzuki pudiesen practicar su uso de armas en solitario. El silencio era abrumador, pero relajante. Cada pisada en el impecable suelo de madera producía crujidos apenas perceptibles, y las paredes de papel daban una acústica acolchada a la sala. Desde su encuentro con Houmu, había pasado más tiempo practicando allí que en ningún otro sitio.
    Shōgetsu se situó frente a uno de los pilares de prácticas, cubierto de telas y cuerdas que amortiguasen los golpes contra la estructura. Respiró. Posicionó su espada de una forma recta, y "desenvainó" la katana de madera, procediendo a adoptar una postura Kasumi no Kamae (霞の構え); piernas ligeramente flexionadas, pies separados, tronco en ángulo, y hoja en paralelo al suelo, situada junto a la sien, en un agarre a doble mano.


    Cerró los ojos por un momento, concentrándose, como le era habitual, y justo antes de lanzar su primer ataque partiendo de aquella posición. Un golpe seco, madera contra cuerda, rompió el silencio de la sala. Silencio otra vez. Al momento, Shōgetsu imaginó el contraataque de su oponente, y se dispuso a bloquearlo... ¡Pero no! En el último momento, imaginó cómo su adversario cambiaba la trayectoria del ataque, obligándose a sí mismo a cambiar radicalmente su defensa; haciendo gala de un ágil juego de pies, giró su cuerpo y bloqueó cambiando su posición, la hoja casi completamente en vertical, para al instante pasar a una postura a través del Shonen Sozoku, en el que había trabajado hasta el agotamiento con el fin de poder cambiar de posturas con rapidez. Era poco ortodoxo comenzar con kasumi no kamae, y aquello le pasó factura cuando quiso cambiar de posición. Otro golpe, silencio. Relajó los hombros y bajó la hoja, apuntando directamente a la columna. Cambio de postura, Chudan-no-Kamae. Un bloqueo, otro bloqueo. Cambio de postura, pero repentina vuelta al Chudan-no-Kamae. Bloqueo. Estocada y corte.
    A medida que pasaban las horas, Shōgetsu fue adoptando un estilo gradualmente más agresivo; le gustaba pelear así. Pese a que lo ideal para un ninja consistía en desarmar, atacar rápidamente y acabar la operación en el mínimo número de pasos posible, al Hōzuki le gustaba jugar. Gedan-no-Kamae, tres cortes seguidos, bloqueo. Paso atrás, paso al lado manteniendo la guardia, estocada y recuperación de terreno. Abrumar al rival. Estocada, corte, bloqueo, corte. Jōdan-no-Kamae. Empezar más a la defensiva, desgastar al oponente, y poco a poco ir preparando su ofensiva, para desplegarla poco a poco cuando su adversario ya estuviese cansado. A lo largo de estas varias semanas de práctica, había desarrollado aquel patrón claro, del que en un principio no había sido consciente. Corte, Waki-Gamae, corte. Vuelta a Kasumi no Kamae. Bloqueo, giro y corte.
    Para cuando quiso darse cuenta, el sol ya se había puesto al otro lado de las ventanas. Bajo él, el suelo de madera había quedado cubierto por un pequeño charco de sudor. Exhausto, respiró hondo y recobró la compostura, "envainando" de nuevo la katana de madera y sentándose por un momento en el suelo para calmarse tras el entrenamiento. Al cabo de unos minutos en silencio, casi de meditación, se levantó con solemnidad y caminó de vuelta hacia su habitación.

    Bañado y habiéndose cambiado de ropa, se situó frente a su escritorio, donde, pluma en mano, bosquejó rápidamente una carta sobre un pedazo de pergamino:

    QUOTE
    Estimado H,
    Hoy he completado mi vigésimo quinto día de entrenamiento. Practicar el Shonen Sozoku me está ayudando a cambiar entre posturas más fácilmente, aunque algunas aún se me resisten y no se me hacen muy naturales. En mi última carta te decía que mi siguiente objetivo sería la Kasumi no Kamae, y creo que empiezo a pillarle el truco. Creo que quedarás impresionado cuando lo veas.
    En otro orden de cosas, aquí las cosas parecen estar calentándose más y más. Es posible que necesitemos a alguien como tú llegado el momento.

    S








     
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    Capítulo XI: Resistencia (抵抗)



    Pasaban los meses, y Shōgetsu continuaba con la que se había convertido en su rutina habitual: misiones, entrenamiento, descanso; misiones, entrenamiento, descanso; misiones, entrenamiento, descanso...
    Los callos de sus manos no habían hecho sino acentuarse a medida que estas se hacían al tacto áspero de la katana de madera que yacía en su habitación la mayor parte del tiempo, guardada como una suerte de reliquia. El mango ya ni siquiera se astillaba, y más bien empezaba a adquirir una textura gastada y más cómoda al agarre. Esto no evitaba, de cualquier forma, que Shōgetsu terminase la mayoría de sus entrenamientos con las manos ensangrentadas. Había considerado recubrirlo con algún material que hiciese más sencillo el proceso, como tela o vendas, pero había descartado la idea con rapidez: si el entrenamiento tenía que costarle sangre, pagaría el precio gustoso.

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    Aquel día, sin embargo, la misión de Shōgetsu no había sido una común. Como de costumbre, llegó a su habitación, cerrando la puerta y suspirando, agotado. No era un agotamiento físico, no tenía ni un solo rasguño; era un agotamiento mental. Desanudó de su cuello un andrajoso pañuelo rojo y lo dejó sobre su mesa, doblándolo metódicamente. Colgó de la pared la máscara blanca con patrones azules que lo identificaba como un miembro de la Oinin, parándose a mirarla por unos segundos antes de volver a sus quehaceres. Parecía que las dos rendijas negras de la máscara le devolviesen la mirada. La misión de aquel día no había sido una oficial, sino un encargo especial de Kosuke. En una operación silenciosa y limpia que hubiera enorgullecido a cualquier shinobi especializado en infiltraciones, había puesto en libertad a una docena de presos de la prisión de la Aldea bajo órdenes directas de la Kakumei Shūdan, presos que ahora recorrían las calles o se refugiaban en sus escondrijos a la espera de una oportunidad. No sabía por qué había tenido que hacer eso, ni quería saberlo. La revolución no sería sencilla, y lo último que necesitaba era cuestionar órdenes.
    Se miró al espejo por unos segundos. Por unos momentos, se fijó en su cabello, que había dejado crecer algo más de la cuenta y había comenzado a ondularse más de lo que estaba acostumbrado. Sin embargo, sus ojos púrpuras apenas pudieron mantener la atención durante unos momentos, dado que al instante reconoció una silueta detrás de sí. No era exactamente una silueta, más bien una forma, o incluso ni eso. Una masa informe, negra, ominosa, que yacía en completo silencio. Lejos de sus primeras apariciones, donde solo le hablaba en sueños, el Abismo también le hablaba a plena luz del día y, ahora, había empezado a manifestarse visualmente. Shōgetsu no sabía si los demás podían verlo también, y no estaba seguro de querer saberlo. Pero algo dentro de él le hacía enorgullecerse: el Abismo, el Padre, la Tormenta le había elegido a él. Era el Abismo quien había dado su aprobación a que Shōgetsu se uniese a aquel movimiento revolucionario. Era obvio lo que aquella entidad era: la misma voluntad de la Niebla. Los shinobis de la Hoja tenían su dichosa voluntad del Fuego, pero la Niebla tenía al Abismo, y el Abismo había elegido encarnar su voluntad en Shōgetsu. El pensamiento era estremecedor, pero también lo llenaba de orgullo. Pese a ello, o precisamente por ese motivo, Shōgetsu se negaba a cuestionar las decisiones que el Abismo le comunicaba. Para el Abismo, la Kiri no Kakumei Shūdan era el catalizador perfecto para que su elegido trajese el cambio y el bien a la Niebla.
    Dando un suspiro, Shōgetsu decidió dirigir su atención a otra cosa. Cambió sus ropajes, poniéndose otros más aptos para el entrenamiento, y se dirigió a la estancia en la que tenía por costumbre entrenar, en la que pasó las siguientes horas entrenando sin descanso, hasta bien pasado el anochecer. La Kasumi no Kamae ya no solo le suponía un reto la mayor parte del tiempo, sino que empezaba a convertirse en una de sus poses de lucha favoritas. Pese a que se había prometido no experimentar con chakra hasta tener dominadas todas las posturas, se había sorprendido a sí mismo canalizando chakra Raiton a través de la hoja. El silencio habitual de la práctica se había visto interrumpido en varias ocasiones por el chisporroteo y el zumbido eléctrico del rayo recorriendo la hoja de su katana de madera. La técnica aún era rudimentaria y poco eficiente en su consumo de chakra, pero Shōgetsu notaba que mejoraba ligeramente la potencia de sus cortes; tanto, de hecho, que tenía que limitarse en su uso, dado que las muescas que dejaba sobre los tablones de prácticas empezaban a ser demasiado graves. Lejos de un corte delgado y limpio, el chakra Raiton que exudaba la hoja dejaba un rastro caótico de grietas e irregulares roturas sobre la madera, que solía quedar algo quemada. Shōgetsu estaba seguro de que algún dia podría perfeccionar aquello hasta convertirlo en algo viable en combate.
    Tras el anochecer, y agotado por varias horas de entrenamiento ininterrumpido, Shōgetsu volvía a encontrarse en su habitación, la katana de madera apropiadamente de vuelta en su lugar. En silencio, escribió una pequeña nota en un pergamino, con caracteres rápidos y casi ilegibles, y la entregó a un cuervo en la cornisa de su ventana, que salió volando inmediatamente para entregarlo a su destinatario.

    kizumonogatari-crows


    QUOTE
    Estimado H,
    El entrenamiento continúa. Mis manos se han acostumbrado sobradamente a la espada, que empieza a sentirse como una extensión de mí mismo. La Kasumi no Kamae ha dejado de ser un reto, y, aunque no quería hacerlo, he empezado a practicar la transmisión de chakra hacia la katana. De momento no es demasiado efectivo y los resultados son algo más desastrosos de lo que me gustaría admitir, pero el Raiton parece capaz de potenciar enormemente cualquier corte. ¿Alguna vez has probado a usar chakra Raiton con tu espada? ¿Algún consejo?
    En otro orden de cosas, las cosas por aquí siguen... bastante calientes, aunque Padre me ha dado su permiso para ayudar, así que creo que todo irá bien.

    S








     
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