La carta de año nuevo

Zenmetsu-Monogatari II (全滅物語)

Las cosas parecían ir bien. Iniciaba la Era de los Clanes, el aislamiento forzado terminaba y los más jóvenes podían empezar a socializar ya que la tregua era sólida y podían interactuar con los demás. El joven Uchiha, nacido en el sangriento campo de batalla, sin aún procesar del todo el secuestro de su madre, ese día recuperó la conciencia de sí mismo. Meses después de la desaparición de Midori, Zenmetsu estaba desolado. El infernal trato y estricto entrenamiento de su abuelo siguió tallando el comportamiento arisco del muchacho, que ya rozaba la paranoia cuando le soltaron al mundo real.

De la noche a la mañana, nuestro solitario y maltratado protagonista, por primera vez pudo salir de su pequeña burbuja, entendiendo muchas cosas en el proceso. No era invisible, de hecho, todos le miraban, expectantes.
Cuando el pequeño Uchiha abrió los ojos, comprendió totalmente la importancia de todo lo que su madre le había intentado transmitir, con cada acción, con cada palabra pero seguía aterrado con la idea de 'perderse a sí mismo'...

-"Zen-kun, no todos los Ninja son iguales"- era lo que le decía Midori con su siempre dulce voz al chico, que ignoraba esos comentarios, creyendo falsamente la discriminación que su padre hacía con las demás familias de la Nación del Fuego, confiando en la lógica que encontraba en las palabras de él.

La primera persona que llamó el interés de Zenmetsu, cambió por completo su mundo. Déspota hasta encontrarse con él, menospreció a cualquiera que se atreviera a mirarle por encima del hombro, puliendo sus habilidades de combate con los niños del País del Agua que se atrevían a pisar la Nación del Fuego cómo si fueran los dueños, vió a alguien jugando con los animales, alertándolos de los ataques, y paseando como si no pasara nada en medio del campo de batalla.

Ese chico pelinaranja, pese a su pristina inocencia carecía de cosas tan básicas como el sentido común por lo que nunca sabría cómo cambió a Zenmetsu. Para cuando terminó con los estorbos, el Uchiha caminó hasta el aparentemente inocente chico, poniéndole a prueba con su andanada de preguntas de todo tipo, intentando hacerle ver mal para calmar su propia envidia; nadie podía ser así de bueno sin esperar nada a cambio.

El interrogatorio continuó, hasta terminar en una escena algo cómica. Ichi, sonriente, sin entender muy bien qué pasaba, contestaba de forma inocente a todas las cuestiones, juegos de palabras y formas de sonsacarle información que Zenmetsu conocía; pese a su corta edad el pelinegro estaba educado en todas las formas de manipulación y extorsión que su experimentado abuelo conocía, implantándole un pensamiento que surgía de forma estridente "No olvides que eres un Uchiha, demuestra tu superioridad, es lo que eres...".

El chico bestia, simplemente era diferente. No comía animales, no entiende los conceptos 'traición', 'política', 'economía', ni nada que pudiera acercarle a un mínimo de sentido común. Por lo que Zenmetsu sabe, ese chico creció sólo, peleó contra todo tipo de adversidades que ni el propio descendiente del Clan de la Guerra hubiera podido imaginar, desfalleciendo por la hambruna constantemente, sin el amparo de una sola persona... Eso hizo pensar al Uchiha en quien sería si no hubiera tenido a Midori a su lado, haciéndole temblar del miedo.

Para el pelinegro ya no importaba nada más que saciar la curiosidad que Ichi le producía, en el fondo quería creer que Ichi no era como aparentaba, sin darse cuenta qué, en el proceso de conocerle, él mismo estaba empezando a seguir los pasos de su madre, entendiendo que la discriminación que tenía su padre hacia otros Clanes no es más que la salida fácil para su propio fracaso, agarrándose inconscientemente a la idea que Ichi le hacía brotar; hay esperanza para quien lo demuestre.

Poco después, empezó a conocer a los miembros de su Clan, expresando indiferencia por los que mostraron la ignorancia suficiente como para seguir la corriente de las habladurías que gestó su padre por sus prácticas poco ortodoxas; ésas personas no merecían ocupar un hueco en los pensamientos del chico.
Esa chica con el cabello violeta, por otra parte, era una historia completamente diferente. Cuando Sakura pasó por delante de Zenmetsu por primera vez, pese a sus modales pulidos al milímetro y aspecto inmaculado, el pelinegro supo desde un primer momento que esa chica tenía algo que la distinguía del resto de sus compañeros, en tan sólo un cruce de miradas, el Uchiha entendió que detrás de toda esa fachada había algo más.

Los días pasaron muy rápido para él, pues por primera vez, pudo conectar con otras personas. Enseñó a Ichi a pelear, los fundamentos básicos de agricultura, y un sin fín de formas de actuar coherentes, fracasando una vez tras otra en ello, incapaz de imponer ideas como la caza, el comercio o la autoridad en él, mostrándole al Uchiha que habían formas de diferentes de vivir o afrontar las cosas, permitiéndole olvidar en los momentos que compartió con el huérfano la cruda realidad que le esperaba en casa.

Los días en su hogar nunca fueron fáciles, desde que su madre fue secuestrada, Shigetsu había empezado una cruzada suicida contra todo y todos, empujando al abuelo de Zenmetsu a estar en un estado paranoide que le hacía creer que las acciones imprudentes de su hijo acabarían con todo lo que tanto tiempo le había costado construir, focalizando toda esa frustración en el pequeño Zenmetsu, torturándoleentrenándole sin descanso hasta que reclamaban los servicios del recién ascendido Shinobi. Para él estar en casa significaba ser apaleado y humillado hasta que conseguía avanzar un paso más. Fugazmente, las miradas furtivas de Sakura le sacaban de esa espiral, escapándose para mantener una conversación casual con ella cuando podía.

Poco a poco, el chico se escabullía cada vez más para encontrarse con ella, de forma casi inconsciente, con excusas como 'entrenar', y aunque siempre había un motivo oculto con el Uchiha, todavía no era consciente. Esa chica era la primera persona que había visto quién era Zenmetsu, y le aceptaba. En cada conversación, o entrenamiento, podían entenderse entre ellos un poco más, incluso sin palabras.
Sin saberlo, la confianza de Zenmetsu volvió la noche en la que todo le fué arrebatado.

En la tarde, la tregua del arminstício había finalizado. El joven junto a sus nuevos amigos escuchó al mensajero declarar el final de la paz, ignorante de todo lo que eso desencadenaría. Los golpes no cesaron esa noche tormentosa en el humilde Dojo familiar de Zenmetsu. El abuelo del chico, cegado por su propia frustración, no cesó ni un momento en la brutal paliza que el chico sufrió, durante tantas horas que toda la fortaleza reunida no significó más que un alivio previo a lo que le esperaba...

-"Esta es sólo mi opinión personal, pero el dolor es la mejor herramienta para la disciplina. Tú.. No necesitas ser educado con palabras. Necesitas adiestramiento. Has caído tan bajo que eres fácil de patear, de todas maneras..."- fulminó Uchiha Shusetsu, mirando al ya destrozado Uchiha, que se agarraba el estómago mientras se quejaba del dolor de sus herias.
-"Eres débil, y por eso no pudiste proteger a tu madre... Todo, ¡todo es culpa tuya, niñato! ¡Tenías que estar con tu madre, cuidándola, no escapándote por ahí!"- Golpe tras golpe, Zenmetsu no pudo hacer más que retorcerse en el suelo, escupiendo sangre mientras las palabras de su abuelo se le clavaban en la mente más fuertemente, todo ese dolor eclipsaba completamente cualquier sentimiento que hubiera sentido, tumbándolo en el lodo nuevamente, encargándose de destrozar cada ápice de fortaleza acumulado con la dureza de sus golpes, llevándole varios pasos más atrás.

Eclipsado por la corriente de actividad de la familia, el muchacho ni siquiera tuvo tiempo de lidiar con sus propias heridas cuando la nueva generación de la familia empezó a poblar el campamento tras el comunicado del final del armistício entregado por parte del Mensajero de la Nación...